Había una vez una palomita muy bonita y tierna que debido a su inexperiencia provocó la fractura de una de sus paticas.
Tanto dolió esto a la palomita, que irrumpió en un llanto continuo que logró la compasión de todos los seres que habitaban las áreas cercanas. Así, un ángel que había escuchado el llanto se solidarizó y descendió para socorrer a la palomita, a la cual le repuso su patita, pero por una de cera.
Agradecida y muy contenta, la palomita revoloteó y recorrió nuevamente todos los terrenos que frecuentaba. Tan alegre estaba, que al posarse sobre una roca no se percató de cuán caliente estaba esta. Así, tas sólo unos segundos de estar posada, su patita de cera se derritió completamente.
Triste y molesta, la palomita increpó entonces a la roca y le dijo que si realmente era tan valiente como para derretir su patita a propósito.
Solidarizada con la palomita, la roca le dijo que más valiente que ella era el sol, que en definitiva era el que la calentaba a ella.
Con la voluntad suficiente como para hallar al culpable de su patita repuesta, la palomita voló alto hasta dar con el sol.
Cuando llegó lo suficientemente cerca de este como para no hacerse daño, le increpó y le preguntó que por qué era tan valiente como para calentar la roca que derritió su patita.
El sol le contestó que el valiente no era él, sino la nube que lo tapaba, haciendo sus rayos más dañinos en ocasiones.
Con esta respuesta, la palomita fue entonces a ver a la nube, quien dijo que el valiente era el viento que la aventaba y movía.
Este último dijo que la culpa era de la pared que resistía su continuo embate, mientras que esta dijo que los valientes eran los ratones que la perforaban para hacer hoyos a través de los cuales pasar.
A su vez, los ratones le dijeron a la palomita que más valientes que ellos eran los gatos que los perseguían para devorarlos. Los mininos también se solidarizaron y le dijeron que los valientes eran los perros, que siempre se esforzaban por hacerlos huir.
Por su parte, los canes dijeron que los más valientes eran los hombres, los cuales ponían bajo su dominio a todos los animales del planeta, pero los hombres dijeron a la palomita que el único ser realmente valiente era Dios todopoderoso, creador y mandante de todas las criaturas y objetos.
Sin perder su perseverancia, y resuelta a hallar la respuesta al por qué de su infortunio, la palomita voló más lejos que nunca hasta llegar adonde estaba Dios. Al verlo, la palomita lo reverenció, lo alabó y lo bendijo, pues estar ante el Señor le inspiró más respeto y admiración que cualquier preocupación que pudiese tener por su patita.
Dios, que ama y entiende toda obra de su creación, incluso las que puedan parecer pequeñas e insignificantes, se solidarizó con la palomita, a la cual acarició y bendijo.
Acto seguido, la tierna criatura, pero ya con mucha más experiencia y conocimiento del mundo, descubrió cómo tenía una nueva patita, no de cera, sino una idéntica a la otra, con hueso, uñas, capacidad de flexión y todo lo demás necesario para andar y volar tal cual Dios la concibió.
Así la tierna palomita volvió a tener dos patitas y ya más nunca se las dañaría. Había acumulado la experiencia suficiente como para saber qué podía dañarlas y qué no.
Desde ese día además fue una criatura muy buena, que ayudaba al resto de los animales a garantizar su bienestar y conseguir sus objetivos.
Por ello, las palomas son hoy seres queridos por todos los animales, salvo para alguno que otro que quiera devorarlas por maligno instinto. Son además símbolo de la paz y el empeño y aún, con todo el desarrollo existente, son empleadas como mensajeros para las comunicaciones, de los mejores que se puedan tener.